A mi maestra, el anturio

La conocí en una galera, había florecido y su rojo era intenso, tan como su sonrisa. 

Como novata en plantas, creía que la lluvia la iba a destruir, pensé que necesitaba sol, pero ella, inundada en gratitud, me invitó a regocijar de cada gota y disfrutar de la época del año.

Todos los días llovía, seguía sin entender cómo alguien podía agradecer las gotas que arrancaban sus hojas. ¿Cómo existía algo tan cruel como la lluvia? Pero ella gozaba estar empapada, bailaba, se movía con el viento y yo testigo de su júbilo. Así pasó el tiempo hasta quedar sin flor, sin hojas.

Y floreció. Más que nunca, floreció. Floreció abundante. Floreció en rojo intenso. Su raíz era gigante, lo pude ver el día que la transplantaron de jardín, a ese al que todos queremos ir. Tiene las flores más bellas y lo frecuentan aquellos que quieren respirar paz, aquellos que quieren descansar. Fe. Y me recordó tener fe.

Al anturio más feliz de mi jardín, gracias maestra.

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La magia de las mujeres