Respirar para vivir
¿Han percibido alguna vez el ahogo? No me refiero a ese instante fugaz en que la comida se cruza en la garganta sin permiso, o cuando un trago toma un camino equivocado; hablo de un mar emocional embravecido, que parece tragar la existencia de la vida misma.
La incapacidad de respirar no solo es aterradora, pero también es agobiante, sientes miedo a morir pero cuesta vivir.
Siendo esa mi realidad, viví casi un lustro. El cómo perseveré en ese estado o cómo se sobrelleva, permanece aún oculto ante mí.
Hace unos días iba caminando por la montaña, una práctica que mis hombros había adoptado con la libertad de carga -al menos física-, pero por la necesidad de aprender, he comenzado a cargar un bulto. Fue mi segunda vez y la incomodidad era tal, que consideramos devolvernos al carro. No lo hicimos, pero la contemplación de tal posibilidad desbloqueó en mi mente la exploración de una metáfora.
Desde hace cinco años le puse una mochila pesada a mi existencia, invisible a los ojos, pero pesada en el alma.
La llevaba siempre conmigo, cada paso era un martirio, y aunque me duela admitirlo, el camino entre las maravillas de la naturaleza bajo tal peso, distaba de ser placentero. En varias ocasiones lloré en medio trillo por la poca fuerza para continuar, incapaz de hallar palabras para explicarlo, siempre les dije a quienes me rodeaban "es mi mente", sabiendo, en lo más profundo, que era esa carga la que me pesaba.
Durante todo este tiempo un Sherpa me acompañó. Dani, sin jamás intentar despojarme de mi carga o forzarme a abandonarla, me brindó su paciencia y apoyo para llevarla en aquellos días en que su peso se hacía difícil. Me gusta pensar que nunca perdió la esperanza por verme conquistar mi cima, incluso cuando estuve a punto de rendirme.
Desde que optó por caminar a mi lado, le confié los secretos de mi mochila y los miedos que albergaba. Le dejé claro que la llevaría hasta que fuera necesario, y le confesé cómo en ocasiones me frenaba la respiración. Tenía todas las razones para huir, pero en su lugar, decidió quedarse y obtener un máster en respiración existencial, conmigo siendo su práctica.
Me enseñó el noble arte de liberar mi aliento cuando este fuera prisionero de un bocado mal masticado, me guió hacia la técnica de flotar en el mar aún en medio de las olas y en un par de ocasiones, fue su escucha la que me devolvió la vida. De manera muy literal, mientras atravesábamos las montañas, me inculcó la importancia de respirar.
La luna nueva de aquel décimo día de febrero del año 2024, fue símbolo de un nuevo ciclo al lograr la conquista de mi cima. Ese día tomé la decisión de liberarme de la inmensa carga que, durante años, se había aferrado a mis espaldas.
La decisión de soltar aquel peso no solo transformó mi andar por las montañas, sino que también redefinió el acto de inhalar y exhalar, convirtiéndolo en una práctica sencilla. Mis hombros hallaron al fin su merecido descanso, que por derecho les correspondía; me sentí ligera, casi como si fuera parte del aire, sin pertenecer a la tierra.
El proceso de soltar lo que ya no me pertenece, no fue solo una práctica de desapego, sino, transcendió para iluminar el caminar de mi vida.
Aprender a respirar, no como un acto meramente instintivo de supervivencia, pero como una celebración de la vida misma. Respirar: no para sobrevivir, pero para vivir.
Mis caminatas y mi sherpa en momentos estáticos.